5.5.19

CIEGOS DE AVARICIA

CIEGOS DE AVARICIA
(Cuento).
     Cada vez que la vieja pasaba, todos se burlaban del perro flaco, coludo y cabezón que la acompañaba. Durante años, por más perros que las manadas de perros callejeros azuzados por muchachos y borrachos le mataban, ella siempre se resignaba adoptando otro parecido, al que bautizaba con igual nombre.
     Hasta que un día, uno de los azuzadores, a quien ya ella tenía mal mirado, de un modo despectivo, le preguntó que dónde había encontrado ese perro tan raro y que miraba como tan despreocupado.     
     --Cualquiera se engaña --se limitó la vieja a contestar.
     Luego, mientras encendía la pipa, lo miraba a intervalos con sus ojos semi ocultos entre las cuencas, y aunque lo odiaba demasiado, trataba de disimular.
     --¡Búsquese todos los perros de por aquí! --le dijo intempestivamente la vieja--. ¡Para que echemos una pelea!
     Los ojos del azuzador se agrandaron de la sorpresa y se quedó mudo, mientras ella lo escudriñaba desafiante, aguardando la respuesta.
     --¿Pero... será una sola pelea de su perro con todos los otros? --preguntó el hombre, dudoso, a modo de respuesta.
     El sujeto del bajo mundo, descuidado, cuya respiración era una avalancha de alcohol y tabaco, esperó impaciente la respuesta de la flaca y arrugada vieja, quien para desconcertarlo, hizo una pequeña pausa antes de responderle.
     --Jajaja, el pleito será igual a los otros
--contestó la vieja, luego de varios malos pensamientos--. ¡Todos contra uno!
     Su pícaro rostro era como máscara de bruja, ensombrecido por la sed de venganza, y su risa confundía al tipo, quien tras reponerse ligeramente de la intriga, aceptó burlón, marchándose con una mueca de sonrisa endemoniada estampada en su rostro maldito.
    --¡Nos veremos en la calle principal!
--voceó de lejos.
     El malicioso azuzador caminaba, mientras pensaba levemente en que, días antes la vieja llevaba su perro atado con una débil cuerda, y ahora, a pesar de que el animal se notaba más arruinado, lo sujetaba con esa gruesa cadena, pero su mente de borracho ya no le permitía concretar juicios de valor y se olvidó del asunto.
     Así que el hombre se consiguió como treinta perros; todos los que pudo encontrar en el barrio, entre ellos de las razas pitbull, pastor alemán, guardián, y otras, bravísimos, acostumbrados a las peleas.
   Cada dueño acudió con su perro a la cita, donde ella esperaba, fumando tranquila su pipa. Echado a su lado, el inseparable, tranquilo y delgado perro de cabeza muy grande y cola larguísima.
     Era un montón de huesos sarnosos, de pelos sucios desaliñados.
     Algunos de los que acudieron, al ver a la insignificante vieja, tanto como su pobre perro, iban a marcharse pensando que la pelea entre tantos perros bravos con ese embeleco, no tendría sentido, ni la vieja dinero para las apuestas.
     --Vieja loca --decían.
     La anciana, que había vendido todo lo que tenía preparándose para la pelea, metió una flaca mano en el bolsillo de su falda, sacando un gran fajo de billetes, animándolos a las apuestas, sacudiendo el dinero ante los ojos de los apostadores, mientras giraba sobre sus pasos.
     El rubio sol de las tres de la tarde era calmado por la cálida brisa que, le estampaba las ropas andrajosas a su figura de edad infinita y le alborotaba el cabello blanco, dándole un aspecto misterioso.
     Algunos que ya iban lejos con sus perros feroces, se devolvieron y formaron un círculo al que se sumaron cientos de curiosos.
     Cuando todo estaba listo, seguida de su imperturbable y extraño perro, se introdujo hasta el centro.
     A pesar de lo triste e insignificante del raro perro, extrañamente, todos los de raza que con él competirían, se pusieron muy nerviosos.
     Era indudable que le temían, queriendo huir del lugar, pero sus dueños, por más que miraban a ese enclenque, sin notar la diferencia entre éste y sus perros comunes y corrientes, ciegos de avaricia por obtener el, dinero de la vieja, no advertían el peligro, sujetándolos con fuerza, para que no escapen.
     A la cuenta de tres, todos los perros fueron liberados por sus dueños. Pero al verse sueltos, hasta los de mejor raza, huyeron gritando despavoridos, tratando de esconderse en cualquier lugar.
     --¡Al ataque! --gritó la vieja.
      Su voz espeluznante, fue diluida por el murmullo de la multitud y por los gruñidos nerviosos de los perros.
     Entonces, parsimonioso, el perro raro persiguió a los muchos otros, por todas partes, sin inmutarse ni ponerse demasiado furioso, haciéndolos pedazos con simples mordiscos, en pocos minutos.
     Los perseguía implacable hasta el interior de las casas, cuyos dueños asustados se trepaban en los caballetes, y los sacaba a sacudiones de las casetas improvisadas de los buhoneros, de los callejones y de las letrinas, mientras la mayoría de los curiosos miraban encaramados en las azoteas.
     Luego, a regañadientes, víctimas de pavor, los dueños de los perros eliminados de manera misteriosa, incrédulos, no tuvieron más remedio que pagar a la vieja las apuestas, a la vez que algunos tunantes amontonaban los cuerpos inertes. Los apostadores la miraban con odio y ganas de matarla, pero ante el extraño y temible perro que veían le acompañaba, la dejaban en paz, mientras ella se alejaba, contando el dinero ganado, satisfecha por la buena idea que había tenido, de afeitar y disfrazar a su león.

Fin

Autor:
Armando Pérez M.
República Dominicana.

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