5.5.19

UN GRAVE PROBLEMA

UN GRAVE PROBLEMA.
(Cuento).
Don Mariano soñaba con poseer un automóvil algún día, para dedicarse a su hobby de pasear de noche, pero como lo quería de un modelo reciente, hubo de esperar muchos años, hasta juntar peso a peso el dinero suficiente para adquirirlo. Más de treinta años de ahorros. Se había prometido no conducir vehículo alguno, a menos que no fuese el suyo, y así fue.
Una tarde, se apareció al hogar, guiando su flamante automóvil.
Carecía aún de licencia de conducir, pero como era un zorro muy viejo, ya se entendería con las patrullas policíacas.
Su mulata mujer, de belleza espantada por las desilusiones, a diferencia de los hijos, que saltaban de alegría, como una manada de alucinados primates, no estaba del todo conforme, pues el auto era negro y ella deseaba que fuese blanco, pero al fin y al cabo, contagiada de la felicidad de los muchachos, también se contentó.
Entrada la noche, don Mariano se vistió lo mejor que pudo, se colocó una cachucha para ocultar la calva, y abordó su automóvil, partiendo rumbo a la ciudad, para lo cual habría de recorrer unos diez kilómetros de oscura carretera. Le parecía estar viviendo el sueño más feliz de su vida.
Pero la felicidad iba a durarle muy poco.
En el trayecto sufrió una gran decepción, pues todo lo del vehículo funcionaba a la perfección, menos las luces, tan opacas, que no le permitían ver el pavimento, haciendo que el carro se maltratara al caer bruscamente en las grietas, impactara obstáculos y chocara de refilón en los barrancos.
Ante tal situación, don Mariano, desilusionado, decidió regresar a su casa.
Al día siguiente, muy temprano, se apareció ante el vendedor de autos, con la cara atravesada de ira.
--Mire señor --le dijo en tono grave--.    
Todo funciona a la perfección. Lo único malo que tiene el carro, es la iluminación pésima. ¡Esos faroles no alumbran nada!
El cinico vendedor de autos, pálido y de marcada ambición en su rostro, muy gentilmente, le pidió excusas, a la vez que se sujetaba la cabellera con los lentes de sol por encima de la frente.
--Si es tan amable, don Mariano, puede acompañarme a la tienda de repuestos
--propuso--. Compraré las mejores luces para su auto! ¡Usted lo merece! Quiero que sea testigo, pues a mayor transparencia,  más amistad.
Don Mariano aceptó y fueron juntos a la tienda de repuestos. El vendedor de autos, como no quería que su dealer se desacreditara, dispuso que al automóvil de don Mariano se le instalase el mejor sistema de luces del mercado.
Muy conforme, don Mariano se marchó, ansioso de que anocheciera, para probar las luces nuevas.
A eso de las diez de la noche, en medio de una espesa oscuridad, por segunda vez, tomó la carretera, pero el problema persistía, pues a pesar de las luces encendidas, si algo se veía, era porque ya se había acostumbrado a guiar a tientas.
Luego de mascullar todas las maldiciones del mundo, se fue a su casa aburrido, y tan pronto como amaneció, sin haber podido dormir debido a la desilusión, llegó resoplando ante el vendedor de autos.
--Aquí estoy de nuevo, señor vendedor
--le dijo, en tono airado--. ¡Mire!, ¡ahí está su auto! ¡Devuélvame mi dinero cuanto antes! ¡Al demonio con el maldito negocio! ¡Las luces del automóvil no funcionan!
El vendedor lo miró sin hallar que hacer ni que decir. En sus muchos años en el oficio, nunca había tenido una situación así.
--Está bien don Mariano --dijo por fin, amablemente el vendedor--. Nueva vez le pido excusas por las tantas molestias que le hemos causado. Descartamos que el problema sean las luces, pues delante de usted, le han sido colocadas las mejores y se le han sustituido los faroles. Dispondré una nueva revisión completa al sistema eléctrico del auto, y le daremos respuesta satisfactoria en el menor tiempo. Si hemos de anular el negocio, no habrá ningún problema.
Al rato, luego de realizar el chequeo completo, comprobando lo perfecto del sistema eléctrico y por si acaso, la limpieza de los faroles, el maestro electricista, intrigado, le propuso a don Mariano probar juntos durante la noche el funcionamiento de las luces, en la misma carretera, para averiguar con sus propios ojos lo que pasaba.
Vendedor y comprador estuvieron de acuerdo. Si las luces no funcionaban, le sería recibido el auto y devuelto el dinero.
A las diez de la noche, el electricista automotriz, negro y delgado como un poste chamuscado, llegó a la casa de don Mariano, quien lo esperaba en el estacionamiento. El estruendo de la motocicleta en que andaba, había anunciado su llegada desde varios kilómetros.
--¡Vamos!, si me permite, yo conduzco su automóvil
--le dijo--. ¡Así el trabajo me resultará más seguro!
Don Mariano aceptó en silencio, entregándole la llave, y se acomodó a su lado, mientras éste accionaba los pedales y el volante del automóvil.
El auto cruzó el patio de la casa ampliamente iluminado, tomando la oscura carretera, a velocidad regular, esquivando todo tipo de obstáculos, sin ningún tropiezo. Pero inexplicablemente, don Mariano, víctima de pánico, trataba en vano de ver la carretera, al tiempo que intentaba hacer detener la marcha.
--¡Mire cuidado! --gritaba--. ¡No se ve nada hacia adelante!, ¡vamos a estrellarnos! ¡Deténgase! ¡Estas luces tampoco funcionan!
Por su parte, el electricista automotriz, sin inmutarse, lo apartaba con una mano, continuando al volante, viendo la carretera tan iluminada por las luces del automóvil, como un estadio de béisbol, o como si fuese de día, satisfecho no tan sólo de su trabajo, sino también, de haber descubierto el grave problema oftalmológico de don Mariano.

Fin

Autor:

Armando Pérez M.,
República Dominicana.

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