19.4.19

LA CABAÑA DE LAS MONTAÑAS

(relato fantástico):
Una tranquila mañana de primavera Betty Walker salió de su casa para ir al colegio, como hacía todos los días. Pero aquel día nunca llegó a su destino, ni tampoco al día siguiente.

Alfred Scott llevaba varias semanas vigilando a Betty, con discreción y paciencia dignas del más avezado predador. Cuando por fin consiguió raptarla, la encerró en una furgoneta con la matrícula trucada y se la llevó a su cabaña.
Dicha cabaña se hallaba en una fría y agreste región de las Montañas Rocosas, lejos de los caminos transitados y a mucha distancia del pueblo más cercano. En aquel lugar las nieves eran perpetuas y había que ser un conductor muy experimentado para llegar allí, pues la única pista que llevaba a la cabaña era muy angosta y ni siquiera en pleno verano desaparecía el hielo de la calzada. Antes aquella cabaña había pertenecido a un misterioso ermitaño, cuyas posesiones se reducían a una estantería llena de latas de conserva y a unos cuantos libros tan extraños como él mismo. Un día el ermitaño desapareció sin que nunca se volviera a saber nada de él y, a falta de herederos, las autoridades decidieron subastar la cabaña. Alfred pudo comprarla por un precio irrisorio, pues solo él se interesó por aquella casucha perdida en medio de la nada.
Cuando llegó a su destino, Alfred obligó a su prisionera a entrar en la cabaña y le dijo:
-Te quedarás aquí hasta que empieces a menstruar. Luego te dejaré libre, si antes me prometes que te olvidarás de mi nombre y de mi cara.
-Sí, claro que lo prometo.
Cada uno de los dos sabía que el otro estaba mintiendo, pero así quedó la cosa.
Betty pasaba casi todo el tiempo sola en la cabaña. Alfred solo pasaba por allí de vez en cuando, para llevarle comida y forzarla a participar en toda clase de juegos eróticos. Sin embargo, nunca llegó a violarla, ni pensaba hacerlo hasta que ella llegara a la pubertad. A veces se limitaba a tocarla o la obligaba a tocarle los genitales. En otras ocasiones la hacía desfilar en bikini y con zapatos de tacón, mientras él le hacía fotos con el móvil. Eso era una tortura para la niña no solo en el plano psicológico, sino también en el físico, pues entonces el frío de la montaña mordía despiadadamente sus carnes semidesnudas y al día siguiente siempre amanecía con fiebre.
Solo en una ocasión Betty se atrevió a intentar escapar, pero acabó volviendo a la cabaña, agotada y hambrienta tras vagar durante horas por aquellas colinas perpetuamente nevadas, tan salvajes y solitarias como si se hallaran en medio del desierto. Eso sucedió después de que una avalancha le permitiera a Betty ver lo que la nieve le había ocultado durante meses: los cadáveres congelados de sus antecesoras, todas ellas asesinadas por Alfred después de que hubieran llegado a la pubertad. En el fondo, ella siempre había sabido que nunca podría marcharse de allí con vida, pero aun así aquel descubrimiento supuso un trauma para ella. Llegó a pensar que sería preferible morir de hambre y frío en el bosque a aguardar otra muerte más cruel entre las manos de su secuestrador. Pero eso lo pensó antes de saber qué eran realmente el hambre y el frío. Cuando lo supo, volvió a la cabaña con lágrimas en los ojos y se sentó junto a la chimenea apagada, sin saber qué hacer ni qué pensar. Si al menos hubiera algún cuchillo de cocina en la cabaña, hubiera podido cortarse las venas, pero ni eso.
Permaneció durante muchas horas, o quizás durante días enteros, inmóvil junto a la chimenea, hasta que finalmente llamaron su atención los viejos libros que habían pertenecido al ermitaño. En realidad, la temática de aquellos libros le parecía poco interesante, pues solo hablaban de magia y cosas por el estilo. Pero decidió leerlos, con la vaga esperanza de que le ayudaran a pensar en algo que no fuera el terrible destino que se cernía sobre ella. Entonces descubrió el manuscrito, que alguien, probablemente el ermitaño, había escondido entre las páginas del libro más grueso. A simple vista, no contenía más que un montón de letras sin sentido, escritas de forma caótica sobre un papel amarillento. ¿Tendría algún mensaje oculto? Aunque así fuera, Betty no parecía la persona más idónea para descifrarlo, pues ella no entendía nada de criptografía. Sin embargo, decidió intentarlo, sin saber por qué
Llamó su atención un signo situado al principio del texto, antes de las letras. Era algo así como I-. Betty pensó en las manecillas de un reloj que señalara las tres en punto. ¿Y si eso quería decir que de cada tres letras del texto solo debía leerse la tercera? Betty apuntó las letras que, según esa hipótesis, constituirían el verdadero mensaje del texto, pero el resultado no dio los frutos esperados. El texto apuntado por Betty parecía tan caótico y sin sentido como el original. La muchacha se preguntó si no estaría escrito en alguna lengua extranjera, pero pronto desechó esa idea, pues había demasiadas consonantes y muy pocas vocales. Más tarde se percató de que abundaba mucho la letra b, es decir, la segunda del abecedario. Dos más tres hacen cinco y la quinta letra del abecedario es la e, precisamente la más empleada en la lengua inglesa. Quizás aquel signo apuntaba efectivamente hacia el número tres, pero en más de un sentido. No solo quería decir que las letras debían leerse de tres en tres, sino que además habían sido sustituidas por otras según una pauta fija. Así, la a sería, en realidad, una d, la b una e, la c una f, etcétera. De ese modo, Betty consiguió descifrar el texto y hacerse con todos sus secretos. Así comprendió a qué se dedicaba realmente el ermitaño y en qué circunstancias había desaparecido. Su primera impresión al saberlo fue de profundo terror, pero, cuando lo hubo pensado mejor, una sonrisa se dibujó en su rostro. Era la primera vez que sonreía desde su secuestro y contaba con que no fuera la última.
Pasaron varios días antes de que Alfred volviera. Mientras tanto, Betty había tenido tiempo de leer algunos de los libros del ermitaño, gracias a los cuales había podido verificar todas las ideas y conjeturas que le había sugerido el manuscrito. Alfred entró en la casa y vio que su prisionera sonreía. Extrañado, aunque no preocupado, la saludó con estas palabras:
-Hoy te veo muy contenta, muñeca. Creo que ya le estás tomando gusto a esto de jugar con tu nuevo papaíto.
Sin dejar de sonreír, Betty le dijo en voz baja:
-Sí… papaíto. Pero hoy jugaremos a lo que yo quiera.
-¿A qué, si puede saberse?
-Para empezar, al escondite.
-Pero aquí no tienes dónde esconderte.
-Serás tú quien tendrá motivos para esconderse.
Dicho esto, Betty empezó a proferir unas extrañas palabras delante del atónito Alfred, que no entendía nada. Y aún no había tenido tiempo de comprender su significado cuando apareció aquel ser, invocado por el ensalmo que Betty había aprendido leyendo el manuscrito del ermitaño. Este también lo había invocado una vez, pero había cometido el error de no ofrecerle un alimento jugoso a su invitado… de modo que al final él mismo había sido el alimento. Pero Betty había previsto que, pudiendo elegir, aquel ser iría por el cuerpo que pudiera ofrecerle una mayor cantidad de carne y sangre, es decir, el de Alfred. Ella solo era una niña de once años, que además había perdido peso durante su secuestro. Pero Alfred era un hombre adulto, además de bastante robusto, así que fue el elegido. Tal como había dicho Betty, intentó esconderse del horror que lo perseguía. Huyó aterrorizado al bosque e intentó encontrar refugio en la espesura. Pero pocos minutos después se oyó un grito de horror y Betty supo que su secuestrador había perdido el juego. No merecía la pena ir a mirar qué había quedado de él, pues seguramente su cuerpo ya había desaparecido de este mundo, al igual que el del ermitaño.
Betty permaneció sola en la cabaña durante varias horas, mordisqueando sin apetito la comida que había traído Alfred. Luego se encaminó hacia el bosque e inició una larga marcha hacia ninguna parte. Seguramente moriría de frío cuando cayera la noche, pero eso ya no le importaba. Después de todo, si existían más personas como Alfred Scott y más seres como aquel que ella misma había invocado, este mundo no era un buen lugar para vivir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Wally Opina

Wally Opina es un reportaje semanal del formato Late Show con el objetivo de entretener y dar opinión acerca de los hechos políticos y de ac...