15.3.19

CAVILACIONES DIABÓLICAS

A Hernán González Herrera,
mi hijo mayor.

-I-
Desde hace tiempo había tenido el deseo de escribir un libro, donde pudiera explicar con lujo de detalles el por qué yo escribo. También para sacarme alguna que otra espina que viene molestándome desde hace algún tiempo. Pero hoy, no me explico por qué razón, he quemado parte de esos escritos. Nunca más volveré a escribir sobre política, salvo por una extrema necesidad.   Por eso, mis supuestos enemigos, los que jamás, han dejado de molestarme, los que nunca han querido que yo viva, pueden dormir tranquilos. ¿Para qué y por qué yo escribo? Escribo para ilustrarme a mí mismo, para liberarme de mis temores y  angustias y emociones. Escribo para poder morir entre los trenes que descienden de mi pobre cordillera;  para demostrar que mi alegría muere cada día sin comprender el sufrimiento de mis terribles carcajadas de púrpura. Porque no vale la pena llegar al cielo sin espinas y sin coronas de viajes oscuros. Para defenderme de mi necesitada muerte; porque tengo miedo de ser un hombre inmortal, pero estoy aquí más inmóvil que el pájaro muerto, y soy un desierto que ofrece sus sueños, el bosque gris de sus cansados pies, a la mariposa que me explique, por qué quiero que me abracen los labios crueles de la candescente lluvia.
-II-
Escribo para renunciar y existir en cada lágrima que derrama el volcán de mi malvado dolor. Para separarme del hombre cotidiano que llevo dentro de mis bolsillos. Porque sólo así puedo amar con todo el temor, la desconfianza  y el miedo silvestre, con la luz del olvido. Escribo porque a pesar de no conocer el misterio de la tristeza, hay alegría de piedra dulce en mi tristeza. Porque  quizás algún día un idiota pueda matarme, pero no podrá enterrar la esperanza vivaz de mi lúgubre corazón. Escribo porque a veces me canso de la realidad infalible que circula a mí alrededor. Para olvidar que existo, para recordar mi adolescencia escéptica, la mirada resignada del averno, para reírme del orbe donde habito, porque sólo escribiendo puedo sentirme agradecido del universo. Escribo no para pasar a la historia de los grandes hombres imbéciles y apócrifos, sino que escribo porque me da la gana.
-III-
Soy un fracasado, un deshecho y malogrado nómada y cada día me enamoro más de mis frustraciones. No soy poeta, y, sin embargo, paralizo la melancolía, y decido que el sol preñe la sombra del crepúsculo. Pero también soy loco. Me encanta ser maniático. Me fascina masturbarme el clítoris con mis pocos amigos. Me da miedo cuando alguien se me acerca y me dice que es mi amigo. Dudo, y me provoca sacar una pistola. Me tengo miedo, inclusive, a mí mismo. Por eso cada vez que salgo de viaje, dejo en mi casa, amarrado, a mi alter ego,  a mí otro yo que no soy yo. Cuando hago el amor,  creo verle el rostro a Dios. Yo adoro la beldad de la mujer y sus pasiones, y sigo adorando la poesía y sus eternidades. Muchos critican mi forma de bohemio. Mi manera de ser. Otros el hecho de que mis poemas fueron y son escritos en cantinas y bares de mala muerte. En “El Páramo” y en el bar “La Copa de Oro” que queda en La Guzmana,  nacieron muchos de mis poemas. En “El Diamante Negro” y en “El Yatay” muchas fueron las putas que jugaron con mis bolas, mientras yo me emborrachaba con el viejo Parr,  que lograba pasar de contrabando. Podría decirse que el güisqui y el cucuy de penca añejado,  han predominado  en mi escritura poética, literaria,   y  jurídica  –para bien o para mal–  y de ello no me arrepiento. El Alcohol es la única droga que consumo.  Sin embargo, solo soy adicto al amor. No hay nada como hacer el amor embriagado de licor. Levantarse de la cama, ducharse con agua bien fría y luego ponerse a leer a Baudelaire, o a  Aldous Huxley.   Si a Baudelaire lo empecé a leer muy tarde, no obstante, a Bécquer, Stevenson,  Montaigne, Pío Baroja, Tolstói, Neruda, Dostoievski, Rubén Darío, Edgar Allan Poe, los conocí a muy temprana edad. En la biblioteca de mi hermana Daybo conocí a Víctor Hugo, y a otros que nombrarlos sería un sacrilegio.
-IV-
El amor es espontáneo. He dormido y me he revolcado en tantas camas ajenas, que suicidarme, ya no me interesa.  No hay nada en el mundo que me haga pensar que soy inteligente. Me da miedo pensarlo. Porque me gusta ser más loco que cuerdo. No sufro de megalomanía. Cuando escribo, siento que el cosmos donde habito suele estar lejano y pequeño como cuando la noche engendra la flor del tiempo. No hay mejor placer que leer a Rimbaud y tomarse varios tragos de güisqui,   antes de hacerle el amor a una buena negra... Como Francois Mauriac, también yo, digo palabras indecentes. Vulgares y obscenas. Pero realmente no soy yo el que las dice. Juro que soy contrario a decirlas. Y quienes me conocen pueden dar fe de ello.  “Se dicen solas y me duele no haberlas retenido” decía el terriblemente maniático Francois Mauriac. No comprendo a la gente. Tengo amigos míos (no sé por qué me da tanto miedo pronunciar y escribir esta palabra: amigos), que dicen que soy un vicioso, porque al mes suelo –solía mejor dicho, porque desde no hace mucho me metí a sinvergüenza–  leerme unos 6, o quizás  7  libros; porque consumo güisqui  dos veces por semana;  tomo café tres veces al día, y porque escribo todas las semanas, pero por sobre todas las cosas, porque me fascinan las mujeres. Es verdad. Ya no voy a escribir ese libro que tanto estaban esperando. Considero que no vale la pena. Dejemos al mundo como está. Mientras otros viven su vida a su manera; yo escribo para transportarme por los rayos lunáticos del diamante negro. Escribo, simplemente, porque amo la vida.

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Wally Opina

Wally Opina es un reportaje semanal del formato Late Show con el objetivo de entretener y dar opinión acerca de los hechos políticos y de ac...