29.11.17

El regreso del X-K 400

[13:03, 28/11/2017] +1 (829) 349-0495: La nave se agilizó por el aire a la velocidad del sonido. Volteaba con majestuosidad sus puntiagudas alas. Su fuselaje color negro brillante contrastaba con la blancura del cielo.
     Mientras tanto, David leía el periódico en la sala de estar como solía hacer en las tardes, esperando la llegado de sus dos retoños que aún recibían sus clases. Pero de un momento a otro pudo sentir una presencia reconocible para él. Alzó la vista por encima del periódico buscando algo con la vista. Todo está tranquilo. Removió la cabeza al saber que estaba pensando estupideces.
     La nave hizo un esquinazo, mientras se acercaba cada vez más. Un estruendo de sus motores hizo retumbar la arboleda y sacó al hombre de sus cavilaciones.
     David se paró. Se quitó los lentes de lectura y con sus ojos azules escudriñó la sala. Su semblante desfalleció al verlo una vez más. El X-K 400, una nave que él mismo había diseñado tiempo atrás. Aún lucía como siempre la recordaba, con su versátil pequeñez y sus azulejos negros.
     El hombre se arrimó a las cortinas que dejaban ver el patio exterior. La pequeña nave aterrizaba plácidamente frente a sus ojos.
      David salió expedido al exterior y ya en las afueras de su casa, contempló una de sus obras maestras aterrizar en su patio. Apretó los lentes que tenía en manos tan fuerte que los quebró.
     La plataforma frontal del aparato negruzco descendió y con ella una figura esbelta, humanoide y extraña.
     El ser bajó por la escotilla con una singular neutralidad en su rostro. Era una fémina muy alta; sus extremidades eran largas y delgadas; sus dedos lánguidos y lisos; sus ojos carecían de pupilas, y eran tan negros como el espacio y extremadamente almendrados. Sus manos (compuestas por cuatro dedos flexibles y largos) se movían cuales tentáculos.
     El extraño ser sin nariz se posicionó frente a su nave mientras se ponía en jarras. Llevaba puesto un extraño vestido purpúreo con capucha.
     —Jatmé Ukán —emitió el hombre tras un suspiro de asombro; sus ojos azules parecían un torbellino de emociones.
     —La misma que viste y calza compañero —saludó el espécimen intergaláctico con una voz duplicada.
     Dio un paso. David aún no salía de su estupor.
     —Y yo... Ven conmigo —indicó—. Antes activa el camuflaje a tu nave —ordenó de pronto; miró los alrededores para para notar si alguien había visto la extraña escena.
     —De acuerdo —asintió ella mientras alzaba una mano en dirección a la nave; esta se hizo totalmente invisible.
     David tomó a la criatura de la mano y la motivó a entrar a la casa con premura. Ya dentro, este cerró todas las ventanas con un nerviosismo excepcional.
     —Había olvidado que aún no tenemos colonias en la Tierra —opinó la criatura al entender que los vecinos de su antiguo compañero desconocían seres del espacio.
     David cerró la última ventana resguardando su casa otro poco más. Miró a Jatmé y se apartó un mechón platino de su frente sudada.
     —Busquemos un lugar más apropiado para hablar —intensificó a lo que ella asintió sin inmutarse.
     Se dirigieron al sótano de la casa. El científico empleó una trampilla que dio paso a una escalera recta bajo el embaldosado de la estancia. Dejó que su antigua compañera de misiones entrara y luego prosiguió no sin antes inspeccionar el área.
     Ya debajo, se formó una escena más fabulosa y enriquecida. Un pasillo blanco e impoluto, lleno de luces, se desplegó ante ellos. A cada lado habían armas, trajes de distintas tonalidades y otro tipo de armamentos empotrados en cristales bien resguardados. La extraña los miró.
     —Veo que aún conservas tus gustos —opinó Jatmé mientras observaba minuciosamente cada detalle de la estancia.
     El hombre no habló. Se limitó a dirigirse a la única puerta que había en aquel pasillo. Ella lo siguió en silencio.
     Una puerta gruesa y metálica resguardaba el siguiente tramo. Finalmente cedió cuando David colocó su ojo ante el lector de retina.
     El cuarto era amplio e iluminado con luces de neón. Jatmé estudió el lugar asombrada. Se acercó ante el centro de mando y miró los monitores gigantes frente a ella.
     —Wiloo —lo llamó por su nombre de pila sintiendo una añoranza colosal.
     El hombre se había quedado callado y cabizbajo, frente a ella. Se limitó a tocar un teclado numérico en la pared de metal, y enseguida se formó una mesa holográfica y sólida de coloraciones azulinas. Él le pidió que se sentara.
     —Ya han pasado tres años... —soltó de pronto con la vista gacha.
     —Bastante tiempo —arguyó  David quitándose los lentes quebrados y frotándose los ojos cansados.
     —Sé que te asombra mi inesperada visita, y mucho más después de lo que me pediste hace tanto. Disculpa mi atrevimiento...
     —Supongo que no debe preocuparme —la tranquilizó—. Lo que sí me extraña es que hayas venido tú sola.
     —He venido por ti... Fue idea mía.
     David sintió una sensación de impasibilidad e incertidumbre. Él mismo sabía que sus años de expediciones en el espacio habían llegado a su fin y con ellos se abrió una puerta a la paz. Pero siempre estuvo ligado al espacio exterior y he allí la prueba.
     —Sabes muy bien que no volveré al espacio exterior —rebatió.
      —Lo sé. Pero el motivo por el que he venido puede hacer que cambies de idea.
     —¿Qué ocurre?
     Jatmé se estremeció en su silla y colocó sus manos en su regazo algo atormentada.
     —¿Recuerdas los diarios de la Galaxia Ulve?
     —Sí, fueron erradicados...
     —¡No! Se han desarrollado y ahora son más letales. Nuestras tropas nunca han vuelto de aquel lugar...
     El hombre agravó su mirada.
      —Han desarrollado tecnologías muy poderosas y además conoces lo inusual de su lenguaje —explicó inquieta—. Si toman la Galaxia Ulve bajo su control, no tardarán en llegar a Andrómeda.
    —Supongo que la situación allá arriba se ha complicado —dijo parándose de pronto. Activó un holograma que hizo desplegar de la pared una cafetera y dos tazas. Vertió café en ambas y le tendió una a su amiga.
     —¿Por qué me ignoras Wiloo? —preguntó sumamente irritada—. ¿Crees que esto es un juego?
     —Ya no soy parte de la hermandad —específico entornando los ojos.
     —¡El general te necesita en sus filas! —le reprochó como si bastara.
     —¡Filas! ¡Filas en las que ya no estoy desde hace tres años porque ustedes me excluyeron! —explicó algo descompuesto.
     Jatmé calló algo herida. Sorbió un poco de café y volvió a mirarle, esta vez con una mirada entristecida.
     —Eres el mejor de tu especie... —lo alabó; había sinceridad en sus palabras—. Sabes que tenemos algo que rehabilitar. Sé que tu destino está ligado a la vida intergaláctica y no a la habitual vida humana.
     David se colocó los lentes obviando sus roturas. Jugueteó con sus dedos algo abstraído. Aún recordaba los viejos tiempos de milicia en los Planetas Póbsicos, en las Galaxias del Plano Marítimo y las Tierras de Abán, diseñando armas, rompiendo barreras computacionales y guiando su tripulación. Recuerdos aún vívidos para él.
     —Quisiera volver —se sinceró con una voz quebrada.
     Jatmé tomó su mano y la apretó para darle aliento. Aún conservaba una parte humana en su ser. Lo miró alicaída.
     —¿Tus hijos te detienen verdad? —adivinó—. ¿Ellos son los que te impiden cumplir tus quimeras porque no quieres volver a dejarlos?
     —Sí...
     —Pues no hay más nada que hablar.
     La criatura se paró con rapidez y se dirigió a la puerta metálica dando la conversación por terminada. Esta se elevó para dejarla pasar. Él no la detuvo, más bien la siguió.
     Subieron las escaleras de vuelta al piso superior. De repente se escucharon unas pisadas en el exterior. Jatmé se detuvo con pasividad mientras David la miraba con extrañeza y pedía su silencio. El hombre se acercó con calma hacia la puerta y la abrió.
     Mientras, Jatmé observaba las sombras desde un recoveco. La luz del día iluminó el vestíbulo cuando se abrió la puerta. Dos cuerpos escolares entraron.
     —¿Papá, por qué todo está tan oscuro? —preguntó su amado hijo varón, pero su padre se limitó a abrazarlo y acariciar su pelo canelo.
     —Has cerrado todas las... —la chiquilla rubia también se calló cuando su padre la abrazó repentinamente.
     Jatmé estudió las sombras que emulaban la escena desde aquel recoveco y oculta tras su manto transparente. Notó que el padre se acuclillaba frente a sus hijos, fundiéndose en un tierno abrazo. La imagen la hizo sentir ternura. Luego un flash iluminó el lugar y la escena decayó abruptamente.
     Jatmé agravó su semblante y salió de su escondite para ver qué había provocado tal cosa. Encontró a los dos niños desmayados en brazos de su padre.
      —Wiloo —advirtió con un hilo en la voz—. ¿Qué has hecho?
   Él aún le daba la espalda y seguía abrazando a sus hijos ya lánguidos.

     —Los he dormido —explicó y se giró para mirarla de frente con un rostro que denotaba alegría y tristeza a la vez; el sabor más agridulce que pudo sentir su alma—. —Iré contigo...

(Escrito por Emmanuel Tent desde República Dominicana).

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Wally Opina es un reportaje semanal del formato Late Show con el objetivo de entretener y dar opinión acerca de los hechos políticos y de ac...